Rúpac es todavía una especie de cenicienta en la arqueología del departamento de Lima.
Conocemos su belleza, su origen y su soberbia estampa pero no hay todavía una institución formal que se preocupe realmente en destacar su importancia y protegerla de los deterioros causados por irresponsables viajeros que sólo respetan algo cuando hay un policía o un vigilante que los obligue a hacerlo.
Esta ciudadela asentada en un risco al cual se llega tras tres horas de serpenteante caminata desde el pueblo abandonado de San Salvador de Pampas en la sierra de Huaral, es parte del circuito arqueológico del curacazgo de los Atavillos, que ofrece a los apasionados del trekking la oportunidad de reconocer el nivel alcanzado por ellos y permite recordar aspectos importantes de la historia peruana.
Las kullpis de Rúpac ubicadas en la sierra de Huaral, departamento de Lima, sobre los 3400 msnm, suman algo mas de 20 y muestran diferentes estados de conservación. Algunas parecen no haber sido tocadas por los hombres ni el tiempo, otras dan muestra del olvido y la ignorancia. Algunos muros fueron derruidos a combazos por antiguos huaqueros, otros muestran el graffiti de algunos irresponsables, y no faltan las que se convirtieron en letrinas de los que acampan en este lugar. Pero gracias a la soberbia de sus construcciones, todo lo anterior (unido a la basura dejada por malos turistas) no impide apreciar que los Atavillos (o Atahuallos) fueron excelentes arquitectos que dominaron la piedra al igual que sus coetáneos Incas, pero con técnicas diferentes y aún hoy su obra puede ser apreciada con admiración.
Dentro de estas edificaciones se encuentran una serie de cámaras de varios niveles, con entradas muy pequeñas y sistemas de ventilación efectivos. Sus techos hechos de lajas de piedra no permiten la entrada de la luz del sol ni el agua de las lluvias. Además algunas de las kullpis cuentan con una especie de horno o chimeneas. Sus paredes interiores tienen piedras sobresalientes a manera de colgadores y un color rojizo predominante. Según se puede notar, alguna vez todo Rúpac tuvo este color y en las tardes con la puesta del sol resplandecía como una llamarada. De allí proviene el nombre Lúpac, que en aimara quiere decir llamarada roja y que con el proceso de castellanización llega a nosotros como Rúpac. Se cree que tuvo fines militares y religiosos. Militares por su diseño defensivo y por la estratégica ubicación que permite vigilar grandes zonas , y religioso pues en las partes superiores aún se aprecian vanos que servían para ubicar a sus ídolos. En tiempos posteriores ha llegado a ser una necrópolis para la población indígena, hasta que asumida la nueva religión, se obligó a los pobladores de los pueblos coloniales a enterrar a sus muertos a la manera cristiana.
Esta cultura tiene orígenes altiplánicos y llegó a esta zona como parte del expansión del imperio Wari – Tiawanaku. Al decaer este imperio, el antiguo Perú quedo dividido en diversos señoríos hasta que los Incas los sojuzgaron mediante guerras o convenios. Al decaer el imperio Inca, cien años después, con la llegada de los conquistadores europeos y luego de su frustrado ataque a la ciudad de Lima (1536) junto a las tropas cusqueñas, la clase militar y la nobleza se replegaron hacia las zonas de selva alta pues previeron la venganza de los españoles y sus aliados indios. Luego de eso el pueblo atavillo quedó a merced de los nuevos gobernantes.
Al igual que Rúpac, todavía quedan importantes vestigios de la grandeza de este pueblo, tenemos la fortaleza de Sinchipampa en Arahuay, Canta Marca, el adoratorio de Añay (donde al parecer se realizaban sacrificios humanos) y la ciudad de Chiprac, capital del reino de los Atavillos. También está Carihuaín, el Huampón, la tumba del último curaca atavillano en Huillcatampu, entre otros restos arqueológicos, que aún siendo más pequeños nos informan sobre su sistema militar, religioso y político, pero sobre todo dan cuenta que debieron recibir mayor atención por parte de los historiadores, arqueólogos y otros estudiosos tal como lo han hecho con otras importantes culturas prehispánicas. Todavía no es tarde, hoy los turistas de aventura, junto a la comunidad campesina de La Florida, tenemos la misión de cuidarla y difundir su valor cultural hasta que el Estado a través de las instituciones respectivas tome acciones y tengamos la versión limeña de un pequeño Macchu Picchu.
Textos y fotos: Hamilton Segura
Revista Amigos & Aventura
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