Los cusqueños tienen, tenemos, dos actitudes en relación con Machu Picchu. Admiración, orgullo, considerarse descendientes legítimos de sus constructores, frente a comportamientos que lindan con la irracionalidad. Para comprenderlo trataremos algunas referencias a sucesos de fines del siglo XIX e inicios del XX. Machu Picchu no fue desconocido ni demandó sacrificios extremos para llegar a él. De hacienda real inca pasó a encomienda de Hernando Pizarro en 1539. Desde entonces su historia hasta 1877 es conocida, como remarca el historiador Donato Amado. La documentación histórica de cambios de propiedad de Machu Picchu son precisos, llegando del siglo XVI al XIX.
Mapas
A partir del siglo XIX se cuenta con mapas, del fechado en 1877 a los de 1878, 1880, 1881, 1904, hasta 1910. Algunos ubicados y todos difundidos por la historiadora Mariana Mould de Pease, evidencian la existencia de Machu Picchu. Fueron elaborados por viajeros, buscadores de tesoros y minas, constructores de caminos, huaqueros, empresarios, busca fortunas que precedieron a Bingham. Los mapas señalan con exactitud la ubicación y el nombre de Machu Picchu, años antes de que Bingham supiera de “la hacienda real de Pachukuti”. El historiador estadounidense conocía los mapas y los utilizó, como evidencia su archivo personal conservado en la Universidad de Yale.
La ciudad y el valle
Machu Picchu no era el fin del mundo. De Ollantaytambo a la ciudadela existía camino apto para el tránsito de las carretas, que transportaban durmientes para prolongar el ferrocarril desde Sicuani a la ciudad del Cusco. La tala fue principal actividad en las haciendas de la región, al punto que agotaron los bosques. Hoy solo quedan nombres como Cedrobamba, “la tierra de los cedros”. El viaje en caballo, de Ollantaytambo a Machu Picchu, no demandaba más de un día.
Haciendas y hacendados
El valle del Urubamba se angosta a partir de Ollantaytambo, cambiando en cañón estrecho, que no impidió la formación de haciendas. No existieron comunidades indígenas. Los trabajadores agrícolas requeridos procedían de diferentes zonas de la región, trabajaban parcelas a cambio de días de trabajo en la hacienda. La reforma agraria cambió este sistema al convertir a los campesinos en dueños de sus parcelas.
Las haciendas fueron grandes propiedades, como la de Justo Zenón Ochoa, formada por los sectores de Pampacahua, Cedrobamba, Mandor y Collpani. El caserío de la hacienda se hallaba en Mandor. En sus tierras se estableció el campamento del ferrocarril a Quillabamba y se convirtió en punto final del tren. Dio origen a viviendas precarias con los nombres de Aguas Calientes, Punta Rieles o Máquina. Hoy día ha cambiado por Machu Picchu Pueblo, motivado por razones mercantiles. Sus antepasados, los hermanos Pablo y Antonio Ochoa compraron tierras a Manuela Almirón y Villegas: “[…] nombrados Quenti, Carmenga, Picchu, Machupicchu, Guaynapicho […]. Las vendieron a Marcos Antonio de la Cámara y Escudero el 3 de diciembre de 1782. Años después, a fines del siglo XIX, Justo Zenón Ochoa adquirió Mandor.
Los hacendados residían en el Cusco, puesto que eran abogados, funcionarios o comerciantes. Sus hijos, como era costumbre, pasaban vacaciones en sus propiedades. Visitaban lugares arqueológicos, como la hacienda Cutija con su sector de Machu Picchu. Seguramente también huaqueaban. Así hicieron los hijos de Justo Zenón Ochoa, los dueños de Mandor, cazando venados o visitando sitios arqueológicos, que siempre llamaron la atención de los cusqueños. No era interés científico al estilo moderno, tenía más bien mucho de aventura.
Preocupación
Hay incertidumbre sobre qué hacer para cuando se cumplan cien años del arribo de Hiram Bingham a Machu Picchu. Un sector considera que no se puede celebrar, cuando la Universidad de Yale se niega a devolver lo que se prestó a Bingham. Otros piensan en los beneficios que pueden lograr, con el arribo de visitantes motivados por el acontecimiento. El sector preocupado por el patrimonio cultural siente que Machu Picchu se halla en peligro, principalmente por el desboque del turismo y necesita medidas urgentes de protección.
No se respeta el número de visitantes. El límite de 2.000 por día hace tiempo que ha sido excedido. Existen empresarios que consideran que el problema no es el número de visitantes por día, sino su ingreso y salida. Con criterio de coliseo deportivo, proponen más puertas, para que el ingreso y salida sea más rápido, calculan que pueden ingresar 4.000 o nada menos que 10.000. No faltan los que proponen que no se pongan límites y el mercado determine el número de visitantes. Todo con la complacencia —casi digo complicidad— del Instituto Nacional de Cultura, que existe pero que no tiene vida ni interés en la protección y cuidado del patrimonio cultural.
Antes de Bingham. Según el autor, los cusqueños tuvieron una relación fluida con la ciudadela mucho antes de que llegara la expedición de Yale.
Por: Jorge Flores Ochoa*