La fiesta en honor a la Mamacha Carmen, una de las advocaciones más populares de la Virgen María, alcanzó niveles de asombro en la provincia cusqueña de Paucartambo, donde se congregaron más de 10,000 turistas, del 15 al 19 de julio, para admirar esta joya del folclor peruano de fama mundial.
En un reportaje rico en imágenes, difundido en el suplemento Lo Nuestro del diario El Peruano, se observa como cada 15 de julio, la población de Paucartambo se vuelca por entero a celebrar la fiesta de su Mamacha Carmen y deja atrás esa imagen de pueblo casi fantasmal, para dar luz verde a una deliciosa y exuberante puesta en escena repleta de enmascarados acróbatas, cantos a viva voz y bandas que parecen destinadas a despertar hasta a los muertos.
Aquí nadie descansa o al menos eso parece cuando de esta fiesta se trata. Recuerdo haber conciliado el sueño y volver nuevamente en mí entre camaretazos, bombos pletóricos, sentidos acordeones y violines con arcos esforzados, cual bailarines de ballet en pos de las notas más agudas. Mareas de sonido, cuadrillas interminables de danzantes con doble rostro, vestuarios que agotaban más de una pupila fueron la constante ¿La Virgen podrá con tanto?, me preguntaba.
Nadie sabe a ciencia cierta en qué momento nació la devoción desbordada hacia esta Virgen, con fieles en todo el mundo. Pero todo apunta a que llegó con los españoles como ha ocurrido con la mayoría de imágenes religiosas que pueblan el Perú.
Parte del encanto de esta fiesta –a casi tres mil metros de altura– recae sin duda en el pequeño pueblo que la honra, de balcones azulísimos, tan sólo opacados por el soberbio cielo que lo cubre durante todo el año.
Julio es en Cusco sinónimo de la Virgen del Carmen, de una celebración ya mundialmente conocida, que atrae cada vez a más turistas y curiosos, deseosos de ver el cadencioso baile de las 19 comparsas que cantan y danzan bajo soles y estrellas a la «señorita exquisita, hermosa filigranita», como dicen los qhapac negro, sus felices esclavos, que con gallardía le expresan su amor.
Suenan las campanas
El desborde popular se inició el mismo 15 de julio con el estallido de un cohete respondido con un camaretazo. Siguió luego el repique de campanas de la iglesia matriz, donde mora la mamita, coronada nada menos que por el papa Juan Pablo II en su visita a Sacsaywaman en 1985.
Los protagonistas de esta mística celebración llegan después, uno a uno ante el altar, simulando un viaje muy lejano en espera de bendición.
Los maqtas, de máscaras traviesas y pantalones que dejan al descubierto sus pronunciadas pantorrillas, son los primeros en ingresar al templo. Aunque afirman que vienen a poner orden y disciplina, no es poco el caos que generan los días de celebración, con sus maromas y bromas de las que no se salva nadie.
Después vienen los qhapac qollas, los enmascarados de pasamontaña blanca que son el ícono de la fiesta del Qoylluriti. La tradición afirma que llegan desde el altiplano junto a sus llamas cargadas de cerámicas, chalona y queso. Avanzan en dos hileras bailando al compás de su propio canto, mientras hilan el preciado pelo de la vicuña. Sus melodías se cuentan entre las más sentidas de la fiesta.
Ingresan los qhapac negro, que ‘vienen’ desde Potosí (Bolivia), los waka waka, que son una cuadrilla de toreros, los auqa chilenos que bailan prosaicamente de costado; los doctorcitos que son una imitación burda de vocales, jueces y fiscales; los k’achampas, que son danzarines de gráciles movimientos y los temidos saqras, quienes llegan con sus máscaras de susto bailando en puntitas con garabatos en la mano. Estos últimos son personajes fundamentales en la fiesta como se verá más adelante.
La contradanza, los qoyachas, los misti qanchi, los negrillos, los majeños, los chujchu, los chunchachas, los paucartampus, los panaderos y los danzaq son las demás comparsas que deleitan a todos.
Estos días, llenos de actividades, apenas dan un respiro a los visitantes para tomar nuevos bríos, como los necesarios para sumarse al qonoy o fogata.
A ritmo de las trepidantes notas de la banda, propios y extraños se fundirán en una carrera explosiva por ver quién salta más alto sobre las llamaradas. Algunas turistas distraídas ‘son raptadas’ por los qhapac qollas, quienes nuevamente hacen de las suyas.
No pasará mucho tiempo para que de las fogatas pasemos a la quema de castillos y de allí a los juegos artificiales, que iluminan la noche de manera espectacular.
La noche empieza a descansar con la tradicional alba, serenata multitudinaria donde las máscaras y disfraces no son bienvenidos. Anteriormente se iniciaba a las 4 de la madrugada, pero son tantas las agrupaciones por rendir honores a la virgen, que la han adelantado a las 9 de la noche y termina al día siguiente.
Misas para todos
Los santos y religiosos que pueblan la pequeña iglesia de Paucartambo permanecerán invisibles a los ojos del pueblo durante estos días. Todo será la mamita Carmen, que tiene ubicación estelar al costado del atrio, desde donde observa llegar a sus hijos con flores, velas y una lista enorme de pedidos, pues aseguran que es muy milagrosa.
Es 16 de julio y el júbilo sigue al tope. Tras la misa de aurora, a las cuatro de la mañana, sigue la de las 7:30 horas, para fieles no tan ascetas. Realizada de manera simultánea en castellano y quechua, es realmente conmovedora, pues junta sin proponérselo a los habitantes de los muchos Perú que aún existen.
Allí encontramos al pequeño Gonzalo Cuéllar Farfán, quien a sus tres años de edad, se sabe a la perfección la danza de los qhapac qollas, cuyo traje viste por completo, incluido el pasamontañas y la vicuña colgada en la espalda. Su mamá nos cuenta que la danza tiene más de 300 años de antigüedad y que en su familia se ha trasmitido de generación en generación.
Los majeños, con su pinta de gamonales en extinción, esperan inquietos fuera del templo, manteniendo bajo control los caballos y mulas sobre los que han llegado. Sus máscaras hablan de borrachera y bravuconada, pero ante Ella hasta sus antifaces parecen ceder en gesto y humildad.
Una a una las bandas irán nuevamente a reportarse con La Jefa, mientras el pueblo despierta de a pocos gracias al apoyo de un buen caldo de gallina, de cordero o unos chicharrones de sabor sublime, que los puede hallar en cada esquina del pueblo.
Regalos voladores
Ya entrada la mañana, como abejas al panal, los visitantes y campesinos irán atiborrando la plaza de armas para probar suerte en el bosque regalón.
Sobre un tabladillo aéreo, a 6 metros del piso, cuatro jocosos qhapac qollas arrojarán entre disfuerzos y acrobacias una serie de regalos que todos luchan por atrapar al vuelo: juguetes de madera, muñecas, pañuelos, gorras, mochilas, hasta fruta lanzadas cual misiles. Los pisotones y empujones quedan en el olvido entre tanta risa.
Estos serán días en los que Dios proveerá a sus hijos, ya que cada comparsa cuenta con un local donde se alimentará a los danzantes, invitados y sus familiares.
El primer día, el plato estrella fue la tradicional merienda, que junta en un mismo recipiente un poco de estofado de res, tallarines blancos, capchi de habas, una sublime tortilla de maíz, un rocoto relleno, arroz y una presa de cuy. El segundo día, el cerdo es el rey, acompañado de un contundente tamalito, unas papitas y el infaltable pan Paucartambo. Los demás días hay delicias variadas al escoger del comensal.
A las tres de la tarde nuevamente el pueblo se aboca a la mamacha Carmen. Sale en procesión por las calles principales hasta el puente Carlos III, una joya de la arquitectura colonial construido en seco sobre el río Mapacho, en 1775. Para ello desviaron el río, dando nacimiento al nuevo Paucartambo, de trazos españoles.
La acompañan en este peregrinaje una multitud de fieles, el sacerdote y sus acólitos. Los ‘negros’ y los qollas cargan el anda de manera rotativa, al igual que los majeños. Delante de ellos las comparsas bailarán su pasacalle cuidándose de no dar nunca la espalda a la Virgen.
Desde los balcones, adornados con ponchos multicolores, caen lluvias de pétalos de flores que la acarician tiernamente, mientras en los techos los temidos saqras, con su filuda cornamenta y vestir multicolor se balancean en trance, dejando escuchar su constante jrrrrrrr. Esta estampa ha hecho mundialmente conocida la festividad.
La noche concluye con retreta y fiesta popular en la plaza de armas y vías aledañas.
Amanece el 17. Será un día de lágrimas y guerra. Tras la infaltable misa, toda la acción se traslada al campo santo para la romería en nombre de los danzarines fallecidos. En medio de cánticos y recuerdos se brinda con los familiares, que derraman algunas lágrimas, sobre todo cuando el deceso ha sido reciente.
El dolor es contenido o liberado de lleno por los ríos de cerveza que amenizan la mañana y tarde. En medio de tanto calor, «la rubia» se toma como refresco.
A medida que avanzan las horas, el cementerio ya no es más ese lugar lúgubre y solitario que todos conocemos. Es una feria popular, donde no faltan ambulantes, heladeros, vendedores de recuerdos, curiosos, turistas, filmadores y un mar de fotógrafos, locos por el festín visual que se despliega ante ellos. Varios desearían tener el don de la ubicuidad para registrarlo todo.
En un rincón encontramos cantando a los qoyachas, que tienen por obligación ser todos solteros y portar máscaras que son apenas una rejilla pintada de rostro.
Guerrilla esperada
Fabricio López, de 38 años y danzante desde hace seis, me cuenta que saludan a Marco Cuadros, caporal de su danza, fallecido hace poco, son 16 chicos y 16 chicas y para tomar parte en la danza hay que ser paucartambino, no tener compromiso y ser devotos de la Virgen del Carmen.
Sudan la gota gorda. Su traje pesa unos 10 kilos, pero la experiencia y el fervor los ayuda a soportar dicho trajín.
Los majeños bailan marinera haciendo sonar sus espuelas, mientras los maqtas, que suman más de 100, inician un reto de polendas: agarrarse a latigazo limpio en las pantorrillas. ¿Masoquismo, castigo divino? Pura tradición, afirman, poder de autoconvencimiento, aseguro yo.
Por la tarde la virgen saldrá en segunda y última procesión, acto multitudinario solo superado por la guerrilla entre los qhapac qollas y qhapac chunchos, que se calienta con la aparición de los panaderos y sus kilos de harina voladora, las embestidas de los waka waka, y los maqtas, que bañan a los distraídos con gaseosa y cerveza. La plaza de armas –’previamente lotizada’– es el escenario de la gran lucha por la tenencia de la virgencita.
De la selva su victoria
Efraín Jurado Salas es el caporal de los qhapac chunchos, reconocibles por las ondulantes y largas plumas que decoran su tocado. Se autoproclaman guardianes de la Virgen y no se despegan de ella un segundo.
«Bailo desde que tenía 14 años y aprendí viendo a mis abuelos. La historia de esta pelea entre ambos bandos tiene dos teorías. La primera dice que desde España mandaron dos vírgenes. Una para Paucarcolla (la selva) y otra para Paucartambo (sierra), pero que en el camino las imágenes fueron cambiadas y desde ese momento los qollas buscan llevarse la imagen que tenemos pues les pertenece».
Relata que la segunda hipótesis es que en la selva de Qosñipata, vivía un pueblo de nativos cuyo territorio era la puerta de entrada al Paititi. Cuando llegaron los españoles los sometieron, pero no pasaría mucho tiempo para que ellos se rebelen, destruyendo todos los vestigios de su presencia, entre ellos el bello rostro de una mujer, que no era otra que la Virgen María y que lanzaron al río.
Escape seguro
Los cuerpos en descomposición, producto del enfrentamiento, dieron paso a una epidemia por la que el jefe tuvo que movilizar a su pueblo sin mayor éxito. En sueños, prosigue Efraín, se le presentó una mujer que le prometió salvación si iban a Paucartambo. Desesperados hacen lo que ella pide y consiguen escapar de una muerte segura, sin imaginar siquiera que en dicho lugar se volverían a encontrar con la imagen que lanzaron al río, la que empiezan a venerar y cuidar hasta la actualidad.
Sea cual sea el origen de la guerrilla, es un espectáculo que envuelve a todo el pueblo, convirtiéndose es uno de los momentos cumbre de esta festividad.
Pese a la resistencia y agilidad de los qhapac qollas para escabullirse entre el público asistente a la plaza, al final serán vencidos por los amazónicos a punta de flechas y fervor, en su lucha por quedarse con la venerada imagen.
Terminada la guerrilla, los saqras se banquetearán con los enmascarados caídos, quienes son llevados en carrozas de fuego al supay wasi o el mismo infierno.
Esta apuesta teatral concluye entre aplausos y un final feliz para los paucartambinos, pues su pequeña reina ha sido preservada para el pueblo y así lo será eternamente mientras los chunchos se mantengan dispuestos a todo por ella, incluso sabiendo que se trata de puro teatro.