El Cusco es una ciudad museo donde se nace para ser guía de turismo. Uno de ellos es Adrián Yábar Luna (Wayra), quien tiene más de 30 años de experiencia, es descendiente chanca y trabaja todos los días de 8 a.m. a 7 p.m.
Si hubiera una lista de preceptos secretos que todo guía de turismo de Cusco debe seguir, ser místico sería lo primordial. La capital del imperio inca es un centro energético donde llegan viajeros irredentos. Wayra, cuerpo pequeño de 53 años, ojos rasgados y leves arrugas que aparecen en su rostro cuando canta en quechua, está caminando frente al Coricancha, templo que construyó Pachacútec para adorar al sol y que ahora recibe miles de visitas por día. Su paso es lento y precavido, suficiente para que los 25 turistas que lo siguen no sufran los efectos de la altura. Ellos van tras él con la convicción de que es el líder esta tarde: conoce el camino, la historia, los ritos y las costumbres. Los recuerdos en este viaje serán un resumen de sus palabras. “Uno tiene que saber cuidar su rebaño. Si una oveja se te va, no sirves para guía”, dice Wayra sin detenerse. Luego vuelve su cabeza hacia atrás y les grita a sus ‘ovejas’: “Come here, please”.
Su verdadero nombre es Adrián Yábar Luna, pero prefiere que le digan Wayra (viento en quechua).
–You can also call me Wind.
Como un don que estuvo dormido hasta su juventud, Wayra descubrió que sería guía a los 28 años, en 1986. Cursaba el noveno ciclo de Antropología en la Universidad Nacional San Antonio Abad y sus trabajos habían sido una sucesión de aventuras: de barman y disc-jockey en una discoteca a conductor de una movilidad para turistas. Le gustaba la bohemia, y su facilidad para hablar inglés lo hacía protagonista de esa película de desenfreno y diversión que era –es– la noche cusqueña. Pero ese 1986, cuando su esposa esperaba a su primer hijo, aceptó llevar a una pareja estadounidense al Camino Inca. Machu Picchu era el destino final y le pagarían US$500. Un amigo suyo que había vivido en las montañas lo acompañó.
La caminata fue compleja. Pero aun con 30 kilos en la espalda y lluvias que no cesaban, Wayra no se detuvo. “En pleno camino lloré, me arrepentí. Dije que nunca más iba a volver. Mis pies estaban blancos y desollados. Sufrí”, dice ahora con dramatismo, mientras está parado en una colina de Sacsahuamán. Han pasado 25 años y él todavía cuenta a los visitantes lo que significa esta ciudad. El recuerdo doloroso tuvo un final feliz: “Cuando llegamos a Machu Picchu e hice la explicación a los turistas me sentí bien. Me di cuenta de que esta sería mi fuente de vida”.
Años después, Wayra guió sin problemas a un grupo de 60 personas a través del Camino Inca. Solo la primera vez había sido difícil. Ahora no piensa hacer otra cosa. “Si tengo que morir, he de hacerlo en las montañas. No en la ciudad. Adoro el guiado y voy a hacerlo hasta el último de mis días. Incluso a mis hijos los estoy preparando para que hagan lo mismo. Ellos también pueden ser embajadores de la cultura andina”, dice Wayra con fuerza, como si hubiera querido decir esto hace mucho tiempo.
CONTADOR DE HISTORIAS
Ella era ‘gringa’, rubia de ojos verdes. Una de esas turistas que los bricheros del Cusco miran como si se tratara de una ventana abierta hacia el exilio. Su nombre: Laura. Su procedencia: Estados Unidos. Wayra ya no la recuerda, pero ella sí lo tuvo en su memoria cuando escribió, en un inglés emocionado dentro de la web Virtual Tourist, el testimonio de su estadía: “Adrián Yábar Luna fue nuestro guía. Solo puedo decir que fuimos tratadas como reinas”. Aquí otro precepto: en este trabajo se debe tener carisma.
–No solo me gusta transmitir la cultura. También la amistad. Si uno trata a un turista como si fuera de su familia, van a venir 15 o 20.
Quizá los tiempos no hayan cambiado mucho y la historia se siga transmitiendo de forma oral. Los guías, con sus palabras y gestos, son los mensajeros de la tierra que habitan. Wayra mezcló tres insumos para su trabajo: sus conocimientos antropológicos, los consejos que recibió cuando estudió turismo en un instituto y su personalidad. Jovial y alegre, se gana la confianza de los 30 turistas por día que lleva en promedio. Algunos viajeros satisfechos lo han invitado a Brasil, Argentina y Chile para que hable de lo que sabe. Ha sido un profeta de su tierra.
LOS ÚLTIMOS DÍAS
Tiempo después de empezar su trabajo como guía, Wayra recordó que tenía ascendencia chanca. De ser un dato sin importancia en su biografía, eso se convirtió en un valor para su trabajo. “Si tienes un buen sustento teórico, sabes inglés y eres nativo, el mundo te va a admirar”, dice como si se tratara de una lección. Con ese legado personal, estudió las tradiciones de las comunidades andinas y aprendió a hacer los rituales –el pago a la tierra, por ejemplo– que exigían los turistas. Se adentró en el turismo místico, pero siempre cuidándose de las fantasías que escuchaba decir a sus colegas: “Muchos hablaban sin sustento y con eso hacían daño al Cusco”.
–¿Cree que ya conoce todo de esta ciudad?
–Uy, no, hermano. Para eso tendría que vivir muchos años más. Ya he caminado mucho. Me duelen las rodillas. Aquí todo tiene magia, todo tiene vida.